Nunca es fácil abandonar tus raíces. Y menos si eres el hermano pequeño de 6, y siempre has estado muy unido a ellos y tus padres. Pero es ley de vida y alguna vez que llega el momento en el que tienes que volar. A mí me llegó en 2005, hace ahora diez años. Me tuve que ir a estudiar a Madrid, y llegué como un novato a una residencia. Su nombre: Institución del Divino Maestro, poco sabía de ella. Ahora sí puedo decir que una década después forma parte de mi corazón.
Madrid y Valladolid están distanciados por poco más de 200 kilómetros, incluso en AVE, después de su creación solo tardas una hora y algunos minutos, sin embargo, los primeros días para mí parecía que me había ido a China a estudiar. Aterricé en la capital para estudiar Periodismo en la Complutense, y claro, mis padres me buscaron una nueva residencia universitaria en Madrid, y dieron con ella.
Los servicios de la residencia eran geniales. Recuerdo que contábamos con habitaciones dobles, en algunos casos también triples, los baños eran comunes por pasillos. Aún recuerdo las risas de algunas noches cuando nos despertábamos. Teníamos por supuesto servicio de lavandería, y fuimos de los primeros en tener conexión a internet. Ahora me cuentan que ya ha llegado el wifi a todas las habitaciones.
El deporte nunca faltó. Teníamos un gimnasio, una pista deportiva para fútbol sala, baloncesto y voleibol, un salón de juegos y actividades desarrolladas por los residentes a través de la formación de comisiones. También guardo gran recuerdo de la sala de lecturas. Allí es donde cada día ojeaba los periódicos del día, para mi profesión es algo esencial, y donde comencé a formarme como el periodista que hoy soy.
También se me viene a la memoria el salón de televisión. Allí es donde vimos el Mundial de Francia 98, que mal recuerdo guardo de aquel día. Cuando España cayó contra Francia en octavos de final, quien nos iba a decir que doce años después saldríamos a la calle para celebrar todo un Campeonato del Mundo gracias al gol de Iniesta. También teníamos una capilla, que en mi opinión nunca puede faltar en una residencia para estudiantes en Madrid.
Fueron días muy agradables, que recuerdas con cariño. Siempre dicen que los amigos de la mili son amigos para siempre. Como en mi caso, no hice el servicio militar, tengo claro que son los amigos que conocí en esta residencia universitaria de Madrid los que aún mantengo en mi corazón.
Esta residencia de estudiantes en Madrid está organizada sobre un régimen profundamente humano y familiar, basado en la libertad y la responsabilidad de cada uno, que hace que los alumnos vean en ella una prolongación de su propia casa. Y así fue, ahora mismo a todos los compañeros que tuve allí, les consideró mi familia. Con muchos mantengo contacto, e incluso gracias a Facebook, hemos creado un grupo en el que nos contamos cómo nos va la vida. La idea es que para el próximo verano hacer una quedada. Ojalá se cumpla porque tengo muchas ganas de verles.
Y es que éramos algo más que estudiantes, éramos una familia. Lo que más me gustaba era de esta residencia universitaria de Madrid la organización de actividades, compatibles con los estudios, como charlas y coloquios, los certámenes de relato corto y poesía, los concursos de fotografía y cortos de cine, las maratones deportivas, etc.
Como puedes comprobar, aún hay residencias como la del Divino Maestro donde destaca muy especialmente la dedicación al estudio y su magnífica disposición para la convivencia. Lejos queda esa imagen de otras residencias donde se realizan novatadas o los estudiantes parecen asilvestrados. Está claro que cuando un hijo tiene que dar el paso de salir a estudiar fuera, hay que contar con todas las garantías. Y yo, diez años después, me siento un afortunado de haber podido estudiar y formarme en este centro.