Si el liderazgo es malo, la empresa se resiente. No importa si hablamos de una pyme pequeña, de una startup que quiere comerse el mercado o de una compañía grande. Los fallos en la forma de liderar se notan enseguida.
Lo curioso es que la mayoría de estos errores son fáciles de detectar. El problema es que muchos líderes no se dan cuenta, o peor aún, creen que lo están haciendo perfecto. Lo que quiero aquí es repasar los fallos más comunes que he visto en la forma de dirigir equipos, y de paso contar cómo se pueden arreglar sin necesidad de grandes manuales de empresa ni teorías raras.
Si eres líder, o quieres serlo, seguro que algunos de estos errores te sonará.
Mala organización
Un error clásico: el desorden. Y no hablo de tener la mesa llena de papeles, sino de algo peor, de no saber ordenar prioridades. He visto equipos en los que todos corrían como locos para terminar cosas urgentes que al final no tenían ninguna importancia, mientras los proyectos realmente clave quedaban aparcados.
Cuando un líder no sabe distinguir lo urgente de lo importante, arrastra a todos a una espiral de estrés inútil. Se trabaja mucho, sí, pero se avanza poco. Y eso desgasta al equipo. Porque no hay nada más frustrante que darlo todo y luego darte cuenta de que se invirtió tiempo en lo que menos valor aportaba.
¿Cómo solucionarlo? Pues con algo tan básico como parar a pensar antes de empezar. Hacer listas de prioridades, revisar plazos reales y, sobre todo, comunicarlo al equipo. Si no queda claro qué es lo prioritario, cada persona interpretará lo suyo como lo más urgente, y al final el caos está servido. Un buen líder tiene que ser la brújula que marca hacia dónde se va, no un generador de prisas sin sentido.
El miedo a delegar
Otro clásico: el líder que no suelta nada. Y aquí no importa si lo hace porque desconfía de su gente, porque quiere tener todo bajo control o porque piensa que nadie lo hará tan bien como él. El resultado siempre es el mismo: se carga de trabajo hasta niveles imposibles, se agobia y, de paso, deja al equipo desmotivado.
No delegar es un doble error. Por un lado, el líder acaba saturado, y cuando está quemado ya no rinde ni al 50%. Y por otro, el equipo siente que no se confía en ellos. ¿Quién va a estar motivado si nunca le dan responsabilidades ni la oportunidad de crecer?
La solución pasa por entender que delegar no es perder el control, sino ganarlo. Porque cuando compartes tareas, no solo descansas, sino que das a otros la oportunidad de demostrar lo que valen. Y eso genera compromiso.
Me hace gracia cuando algunos dicen: “pero si delego, pierdo tiempo explicando”. Ya, al principio sí. Pero si lo piensas a largo plazo, lo que inviertes explicando ahora lo ganas multiplicado después.
Problemas de comunicación
Si hay un error que veo repetirse hasta el cansancio, es este. Falta de comunicación clara. Equipos que no saben cuál es el objetivo real, reuniones eternas que no aclaran nada, mensajes llenos de tecnicismos que nadie entiende… La lista es larga.
Y claro, cuando no hay comunicación transparente, empiezan los malentendidos. Gente que hace lo que cree que toca, otros que esperan instrucciones que nunca llegan, y al final el resultado es un lío monumental. Lo peor es que la gente se cansa rápido de estas situaciones. Porque trabajar sin saber hacia dónde vas es como remar sin ver la orilla.
Aquí no hay trucos mágicos: la clave es hablar claro y escuchar de verdad. Explicar bien lo que se espera de cada persona, dar espacio para preguntas y asegurarse de que todos han entendido. Y si hace falta repetir las cosas varias veces, pues se repiten. Peor es que se haga mal.
La comunicación no es mandar mails interminables o meter reuniones cada dos horas. Es asegurarte de que el mensaje llega y que el equipo tiene lo que necesita para avanzar.
Rigidez absoluta
Hay líderes que confunden ser firmes con ser inflexibles. Y claro, lo que consiguen es tener un equipo que trabaja con miedo, que nunca aporta ideas y que solo hace lo que se le dice, aunque vea que no tiene sentido.
La rigidez no solo desmotiva, también bloquea la creatividad. Si el líder impone todo, nunca se exploran alternativas. Y eso, en un mercado que cambia tan rápido, es una receta para quedarse atrás.
La solución es abrir un poco la mano. Escuchar, de verdad. Dar margen para que otros propongan y probar cosas nuevas, aunque no siempre salgan perfectas. Ser flexible no es perder autoridad, es demostrar que confías en tu equipo.
Estancarse en la zona de confort
Uno de los errores más peligrosos: quedarse quieto. Creer que porque algo funcionó en el pasado, funcionará siempre. Lo cierto es que los mercados cambian, la tecnología avanza y los clientes esperan cosas nuevas. Si el líder se aferra a lo de siempre, arrastra a la empresa al estancamiento.
Aquí es donde muchos se excusan con frases tipo: “mejor lo seguro que lo desconocido”. Pero la realidad es que lo “seguro” suele ser el camino más corto hacia la irrelevancia.
Atreverse a innovar no significa lanzarse a lo loco, sino estar dispuesto a probar y adaptarse. Hacer pequeños cambios, analizar resultados y ajustar. La zona de confort es cómoda, sí, pero también es peligrosa.
No dar feedback
Otro fallo muy común: los líderes que nunca dicen nada. Ni para bien ni para mal. El problema es que, sin feedback, la gente no sabe si va en la dirección correcta. Y cuando solo se recibe un comentario es para señalar un error, la motivación se va al suelo.
El feedback no tiene que ser una charla larguísima ni un examen. Puede ser algo tan sencillo como un “esto estuvo muy bien” o un “mira, aquí podrías probar otra forma”. Lo importante es que sea frecuente y honesto.
Además, dar feedback positivo fortalece la relación con el equipo. Y corregir de forma constructiva ayuda a mejorar sin desanimar. Guardarse las opiniones no es neutral: es perjudicial.
La obsesión con controlar todo
Seguro conoces a alguien así: el líder que quiere aprobar hasta el color de la letra en un informe. Ese nivel de microcontrol no solo agota al líder, también desespera al equipo. Porque nadie quiere sentir que todo lo que hace será revisado con lupa, como si no fuera capaz de decidir nada.
Este error parte muchas veces de la inseguridad del propio líder. Cree que si no revisa todo, algo saldrá mal. Pero en la práctica, lo que consigue es frenar el ritmo, generar frustración y quitar autonomía a la gente.
La solución pasa por confiar. Establecer criterios claros, dar margen para que otros decidan y aceptar que, aunque algo no se haga exactamente como lo harías tú, puede estar igual de bien.
Falta de visión a largo plazo: mirar solo el día a día
Este error es muy sutil, pero gravísimo. Hay líderes que solo se enfocan en apagar fuegos, en resolver lo inmediato, y nunca levantan la cabeza para mirar más allá. El problema es que, sin una visión clara de hacia dónde se va, la empresa se queda sin rumbo.
Actionproject, una consultora estratégica en Sevilla especializada en asesoramiento directivo y gestión por objetivos para PYMES y startups en España, opinan que la mejor forma de evitar este error es establecer metas a medio y largo plazo, pero siempre con indicadores concretos que permitan medir si se avanza.
Y tienen razón: trabajar solo en el corto plazo genera una falsa sensación de productividad, mientras que definir un horizonte da sentido a las acciones diarias. Al final, la visión es lo que diferencia a un líder que gestiona tareas de un líder que impulsa proyectos.
Cuando no hay confianza
Un líder que no transmite confianza crea un clima tenso. Si el equipo siente que cualquier error será castigado, nadie se atreve a arriesgar. Si se percibe favoritismo, la gente se desmotiva. Y si nunca se cumple lo que se promete, la credibilidad desaparece.
La confianza no se gana con palabras bonitas, se gana con hechos. Cumpliendo compromisos, siendo transparente en las decisiones y demostrando coherencia. Un equipo que confía en su líder da lo mejor de sí, porque sabe que está respaldado. Sin confianza, lo único que queda es trabajar por obligación.
Liderar es un aprendizaje constante
Cuando pienso en todos estos errores, lo que más me sorprende es lo fácil que es caer en ellos sin darse cuenta. Y lo mucho que se puede ganar simplemente corrigiéndolos. Liderar no es ser perfecto, ni tener todas las respuestas, sino estar dispuesto a aprender y mejorar continuamente.
Si eres líder, lo importante no es nunca equivocarte, sino estar atento a cómo tu forma de actuar impacta en los demás. Preguntar, escuchar y ajustar. Y si eres parte de un equipo, también puedes señalar estos errores con respeto, porque el liderazgo no mejora en soledad.
Al final, un buen liderazgo no es cuestión de grandes discursos ni frases motivadoras. Es hacer las cosas bien en el día a día, con claridad, confianza y apertura.
Y cuando eso pasa, la empresa lo nota. Siempre.